Cuando el metro pasa me gustaría gritar una frase inteligente que detenga el tiempo. Soy. La que guarda gritos empolvados en la garganta, la descendiente de Eva, la nieta de su abuela, y la hija de su madre. La hija del don, la hermana del mister, la amiga, la tía, la novia, la enamorada, la histérica, la ezquizoide forma oblicua, un espiral rumbo a la Ibérica, un pedazo de carne volup tuoso, un cerebro que se alimenta de muchas letras desconocidas, la escritura mediocre de los dioses que olvidan, la inspirada en amaneceres que no ve por dormilona. De nuevo la enamorada de sujetos que pasan de largo, la que no ve el amor en las esquinas, pero la que lo intuye en los bordes rústicos y mal cortados. La que no se tiraría de un precipicio, la que inicia conversaciones con el más allá y las deja inconclusas. La que vio venir el tsunami y no le avisó a nadie, la que supo del terremoto y se fue de vacaciones a Ibiza, la que pudo salvar una vida pero le dejó intuir la muerte. La que celebra