Yo tsunami

Cuando el metro pasa me gustaría gritar una frase inteligente que detenga el tiempo. Soy. La que guarda gritos empolvados en la garganta, la descendiente de Eva, la nieta de su abuela, y la hija de su madre. La hija del don, la hermana del mister, la amiga, la tía, la novia, la enamorada, la histérica, la ezquizoide forma oblicua, un espiral rumbo a la Ibérica, un pedazo de carne voluptuoso, un cerebro que se alimenta de muchas letras desconocidas, la escritura mediocre de los dioses que olvidan, la inspirada en amaneceres que no ve por dormilona. De nuevo la enamorada de sujetos que pasan de largo, la que no ve el amor en las esquinas, pero la que lo intuye en los bordes rústicos y mal cortados. La que no se tiraría de un precipicio, la que inicia conversaciones con el más allá y las deja inconclusas. La que vio venir el tsunami y no le avisó a nadie, la que supo del terremoto y se fue de vacaciones a Ibiza, la que pudo salvar una vida pero le dejó intuir la muerte. La que celebra cumpleaños y por la espalda le entierra la vela. La que tiene máscaras y las guarda en la mesa me noche. La que compró un arma y espera el día del juicio final para dispararse a ver si muere. La que a veces carece de perspectiva pero conoce bien el punto de fuga. La que cierra los ojos y sueña, la que los abre y muerde. La que ve la gloria en algunos ojos y tiene dedos temblorosos. La que quiere ver el Mediterráneo, la que quiere ir a Budapest, la que sería en Portugal y la otra de Lisboa. La que no lee el Colombiano, la que le gusta ir en bus, la de los libros gordos y las comedias románticas. La que escucha voces de extraterrestres, la de la inyección mensual para la esquizoide forma oblicua, la que ya no quiere escribir más, la que se aburre fácil. La que toma cerveza y se fuma un cigarrillo. La de más sin menos, la de menos sin más.

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