El último dragón
Hoy estaba recordando un
descache mío en Palestina Huila y recordé a mi mostro, mi amor quijotesco, yo
Quijote, yo Sancho, él mi Dulcinea del Toboso, mostro Dulcineo. Resulta que
Nemesio se estaba leyendo la Biografía no autorizada de Álvaro Uribe Vélez, el
Señor de las sombras de Joseph Contreras. Comentó que el escritor había sido asesinado
y que había un halo de misterio en torno a esa muerte. Yo quería preguntar que
si la publicación del libro había sido póstuma, pero, precisamente por andar
pensando en el Dulcineo de mis sueños (mi one que no es mi one porque mi one es
otro y el es el one de otra) pregunté que si el escritor estaba muerto cuándo
escribió el libro. Vanezza la otra investigadora dijo sorprendida: ─¡Ay Isa!
Qué pregunta tan extraña y reímos.
En los viajes uno tiene mucho
tiempo para pensar. Es cuando las lecturas que has hecho, se recrean en el
cielo, en el paisaje y de repente canciones se animan a ser la BSO del paseo.
Miras los ríos que parecen ojos, los ojos de ese mostro, que recuerdan su voz,
que cantan sus canciones que van en un mp4 cachibache y pirata marca Kaley.
Víctima de un encantamiento, y producto de una invención amorosa. Así es esto. Ojos,
palabras, conciertos, un fuerte chorro de potenciario imaginario que dejó un
beso robado, entregado, acordado.
Yo hice la travesía y morí
renegando de mi locura por creer en la caballería andante. Yo estuve en Europa
y volví deseosa de verle sin encantamiento, el herrero, el pastor, la pobre
liebre. Conversar esas cosas que hablábamos para matar el tiempo, esas cosas
que no hablo con nadie porque solo se hablan con él porque solo él les reconoce
el sentido. Yo hice la travesía y muero en mi castillo leyendo el libro que
escribió un hada enferma. Yo hice la travesía, me inventé los dragones y las
utopías, los paisajes y los gigantes. Finalmente muero sin verle y también
muero por verle. Pero no es tal, porque vivo feliz con mi utopía, mis bandas
sonoras y mis canciones. Mostro del infierno. El último dragón.
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