Mientras miro un cuadro de Hopper
Que no se agote en la espera. Que no
acabe el momento. Que guarde para siempre la red para antrópodos que le compre en
la tienda de sueños y palabras. Que escuche el paso del tiempo, que lo contenga
en un cuenta gotas. Que no se olvide de los buenos tiempos y de los malos que
retenga la sonrisa y recuerde el chiste, que se conserven las lágrimas en su
corazón humanizado por su teórico latinoamericano favorito. Que escuche a Bach
con la atención con la que le escuchó Beethoven. Que entre a los pasadizos de
mi mente, con el cuidado que requiero para no perderlo. Que piense en mi como
piensa la ola en la orilla siempre marchándose, siempre yéndose, pero volviendo siempre. Que vuele tan lejos como las aves del río Tejo, que no pierda
su olor a nueces. Que envejezca como envejecen los libros y los vinos, aunque usada esté esa figura. Que no se pierda
como Hansel y Gretel y que piense en el hilo de Ariadna que dejé en su bolso.
Que recupere la lupa que perdimos en la luna borrachos, porque es necesaria
para ver al minotauro en su laberinto. Que deje mis credenciales en el
escritorio de Borges, para que me contrate como bibliotecaria del universo. Que
vuelva algún día y me deje la sonrisa y vuelva a irse para que recupere mi
nostalgia. Que pierda su reloj en Baja California para yo recuperarlo en Comala
y enterrarlo en un desierto, guardar el minutero en un bolsillo y perder para
siempre el tiempo perdido. Que vuelva, solo que vuelva, para que baile en mi
cueva entre mis libros y mis letras. Que vuelva, solo que vuelva para armonizar
mis tristezas compartidas, que se vaya también en las noches o en primavera, o
todas las lunas llenas, para que me deje con mi unicornio solitaria en mi
monólogo extendido en los parajes milenarios de melancolías infinitas, de donde
no puede rescatarme y donde escucho esa música tan lejos y azul. Qué vuelva.
Siempre que vuelva. Que vuelva allí o que vuelva aquí. Que me deje y que me
lleve como yo lo llevo, como yo lo dejo… siempre.
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