El don de la ubicuidad

En algún momento se desprende mi alma que no alcanzo, que se me pierde en músicas desconocidas. La dejo viajar a sones insondables y antiguos, tan antiguos como es su edad misma. Vengo de hace miles de años, y mis miles de años juegan en el jardín de mi última infancia. Lloran de ansiedad mis ojos de encontrar y perder al siguiente paso. Al minuto siguiente, enamorada de la vida, mendigo palabras simples o compuestas, decido, al minuto siguiente, alejarme del dolor, auspiciarme en la memoria, quemar algún recuerdo que estorbe y seguir mirando, en el paisaje, en el día a día, en el cotidiano. Escucho como hierven las ollas del medio día, como se escurren las traperas de las vecinas comadronas, escucho como brillan el metal del taller, como pule los instrumentos un luthier. Estuve en la oficina del que aún no descansa por llenar sus bolsillos de dinero, y me aburrió el olor del papel estadístico y cuantitativo. Estuve al lado del guachimán que dejó entrar dos ladrones al centro comercial, que no vio por culpa de un par de piernas y me refugié en la habitación de un matemático que repasaba en la pizarra la exactitud abstracta. Estuve al lado de una mujer vestida de negro, que hoy entierra a su hijo o a su esposo, y no pude evitar llorar porque soy una estrella joven, porque la muerte juega en el bosque inocente y está a un paso de la vida, porque no puedo entenderla, porque no puedo evitarla. Me fui tras los colores de un niño que se apresuró a jugar en un tobogán como si fuera el acto más importante de la existencia y me admiré en los ojos de una niña, que fijó sus ojos en el suelo y se ausentó de su cuerpo. Me fui a pensar a una montaña, a fijar mis ojos en la nada, extrañando algún lugar que no recuerdo y que seguro busco sin saberlo. El pensamiento se lo llevó el viento, y se deshizo en la ciudad, se abrazó a una guitarra y nuevamente entiende, que es tan simple como respirar, como suspirar y seguir caminando. Algún día tendrás lo que quieres, justo hoy, estás siendo lo que quieres.

Si la historia pesa, se la entrego al viento.

Comentarios

nina ha dicho que…
Lo que nunca sabrás es que saltando de barca a barca,
de pérdida en pérdida
es como se gana la distancia que nos separa.

muy bonito tu blog

Un abrazo grande
Crisaprabella ha dicho que…
Nunca lo sabré? Eso me pone triste!!! ya estoy cansada de perder... estoy pensando en volverme un crack sin importarme qué pueda doler. Es posible que un barco me espere allí arriba... las distancias son inevitables y además enormes. Puedo ir por ahí disparando, pero soy de las que colecciona botellas. Un abrazo para ti!!

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