El precio de las sonrisas
Me detengo. Miro hacia el frente. La fuente llena de monedas, el puente lleno de candados, el edificio lleno de
vidas y cotidianos. Las calles relucientes de rostros. Creo que me he perdido,
tengo esa sensación de cuando era chiquita y me aterraba tanto soltarme de la
mano de mis padres en el centro de la ciudad. Desde mi espectro de visibilidad
siempre veía perros abandonados, habitantes de la calle, desperdicios y
suciedad, era un mundo realmente triste desde allí abajo y solo cuando el
adulto que me paseaba de la mano se detenía, podía disfrutar de ese cielo
siempre tan lejano, tan alto por encima de los edificios.
Sí. Creo que me he perdido. Hace
mucho rato solté la mano del adulto y ahora necesito una mano sabia y tranquila.
Todos están ahí para mí, pero qué decir de esta gran tristeza que no puedes
despegarte porque se ha adherido a ti como un cadillo que se pega a tu ropa cuando vas al bosque. Yo sonrío, tengo mis
momentos, sin duda. También a veces soy graciosa y tengo mis chistecitos
guardados en una cajita de mentas. Pero no logro salir de este estado de ánimo
borroso que consumió la semana y que al paso de los días parece venir a quedarse por mucho tiempo.
Sería fácil echarle la culpa a
algún amante o a mi trabajo. Decir que la vida es una basura no remediará nada,
además que no lo es y la amo sinceramente, pero los libros no saben bien últimamente
y el café está amargo y frío. Es como una segunda adolescencia y bien sabe el
universo que la padecí con fuerza. Era una amargada sonriente. Mi hermano me ha
dicho que me tranquilice, que es porque estamos en época de elecciones, luego
sonríe con benevolencia, mi hermano el benevolente, el que antes era una patada
en las costillas.
Tuve un amor. Él siempre me
decía que yo era impresionante, que tenía luz propia. Hace poco lo vi y tenía
el brillo del ganador, y cuando lo miré a los ojos vi la sombra de un reproche.
La qué fui se fue sin duda a los más oscuros laberintos del universo.
Finalmente dejé el violoncello, ya solo canto en mi cuarto y mi guitarra está
clausurada en mi closet.
Soy una conservadora de libros que a veces sale sola a
caminar por la ciudad como buscando algo en las esquinas. La fuente llena de
monedas, deseos y proyecciones; el puente lleno de candados y promesas de amor,
los edificios llenos de vida y cotidianos, la calle asaltada de rostros. La eternidad
de mis descansos, la alegría de los años que se fueron. La monumentalidad del
mañana. El precio de la risa. El libro de Cuentos de mujeres solas. El café frío y distante. El balcón lleno de suspiros. Mi escritorio lleno de
pensamientos. Mi cama llena de sueños. El día de hoy tan perdido. La
oportunidad para volver a reír. Tal vez dormir, soñar quizá. Mañana un nuevo
día. Sorpréndeme universo.
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