La bipolaridad de mis parques
Una taza de café. La noche será
larga. Tengo trabajo y seguro no trabajaré, leeré, seré un astronauta en el
anaquel universal. Visitaré al ermitaño de la montaña errante, seré una
espectadora de la blogia, un lente en el plus, un oído en youtube. Seré un
intermitente en el chat de gmail y seré el cero a la izquierda de esa aburrida
autopista de datos y matrices sin ojos en los proyectos de extensión.
Espero a alguien como el
barbudo que se esconde. Todas las noches. Todos los días. Olvido cómo ser
capitana de este navío, olvido cómo escribir onomatopeyas y ponerle efectos a
las horas. Todo está silencioso, no llega el barbudo y pasa el tiempo aburrido
entre el café y el minutero. La libertad de las imágenes, el potencial
creativo, ser el dios sin tiempo, ser el Valar de Arda.
Quisiera creer que todo allá
adentro, en la profundidad cuántica de este asunto, está bien, que se mueven
sin problema mis yoes y neuronas, nadando profundamente en la pipotiazina que a
estas alturas debe estar formando una piscina en mis venas. La pipotiazina no
me hace sentir nada (y esto ya parece un estudio siquiátrico) pero dejarla me
asusta. Me asusta un poco que vuelvan las voces, así que tal vez por eso las
hago sumergirse en la profundidad de mi mente, en un hidroaeróbico
contemplativo pipotiazínico.
No creo que esta silenciosa
noche pueda hacerme daño, ni esas bellas luces que caen como lava sobre las
montañas. Ni esas estrellitas tan romanticonas de ese universo tan romanticón y
pienso más allá del sol, las infinitas dimensiones y entonces el tiempo es una
comedia, los dolores del ser humano son tan tiernos, tan chiquitos. Pienso en
la miseria y en mi domo, soy tan miserable. Soy lo que podría llamarse una
cínica miserable que ríe. Soy tal vez tan absurdamente sonriente que mi sonrisa
amarilla me pesa a veces como una medalla.
Qué será de Alejandro. Pienso en
él porque es también un sonriente. Y qué sonrisa. Tan bonito. Va! Pienso en las
palabras y cómo van saliendo una a una de mis dedos sin preguntarme cuál debe
ser su sitio. Salen, como un chorrito de agua o de sangre, finitas por mis
dedos y se estampan en una fila de unos y ceros que yo veo como alfabeto. Mi
ventana no tiene luna, y la noche asciende como una flama. Qué cliché de
metáfora, también iba a decir que la noche se asomaba sigilosa como una
pantera. Si no vas a ser más creativa lo mejor es que dejes aquí y te vayas a
dormir.
Lo mejor es que no diga nada,
como la vez que le hice un regalo a Alejandro y él se fue para Barcelona con
sus maletas y sus sueños y me dejó a mí los remordimientos de mis malos actos
cometidos, de mi infancia y mi inmadura mente. Sí, lo mejor es que no diga nada
y me vaya calladita a la cama y en un giro de mi cabeza que se encuentre con la
almohada, y mi boquita pegada a ella como si fuera a samparle un beso
apasionado, sorprenda el tejido con un grito ligero, un llanto atrapado de
años, quizá puedan ser dos griticos menudos y corran dos lagrimitas de
desespero. No. Eso no va a pasar. Seguiré aquí en esta noche bloggera y no veré
la cama como las amantes frustradas que solo la ven para llorar. Levantaré la
cabeza y esperaré al vaquero barbudo que se esconde entre las dunas de mis
cobijas, lo miraré a los ojos, le diré: -Bienvenido- y entonces me iré a soñar
y a desatar mis voces, para que me hagan un coro sereno. La noche no lleva las
riendas, las llevo yo, y mi caballo es un Rocinante con un cuerno de marfil. Es
la hora de ir hacia el Aleph.
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