Día #10 Debo convertirme en la emperatriz de mi casa de papel





Veinte días de Nimiedades

El día completo naufragué en mi barco de sábanas azules inundada de imágenes que no puedo traer a esta dimensión, que no sé cómo darles cuerpo y vida. Materialidad. El tiempo, conejo maldito, blanco y redondo, me lleva a un paraje quieto y estático donde yace mi cuerpo inmóvil frente al alfabeto alcohólico. Estoy aquí acostada, nadando en mis sábanas azules y frente a mi tengo esta pantalla verde y lluviosa, salpicada de flores amarillas y bichos juguetones. Veo como mi gata los anhela en un rinconcito de la pantalla y no puede alcanzarlos. Me siento como mi gata.

Sigo en este barco blando. Los sonidos son diversos, y la lluvia crea efectos musicales únicos que nadie logró atrapar, que ningún instrumento privilegiado reproducirá. Mi casa rosada está rodeada de personajes que quieren venir al mundo pero no logro dibujar el canal para hablar con ellos. No son fantasmas, no son voces. Vienen de otro mundo, vienen del ojo azul metalizado del dragón. 

Preparo un café, el silencio empieza a hablar muy alto. Enciendo la radio y le hago un show de Amistades peligrosas a mi gata. Ella me compadece. El humor de los gatos es cruel, sin embargo me ama. Me ama porque la alimento y porque no conoce a nadie más que a mi. Me ama porque está muy sola, pero también me ama porque soy divertida y le narro el mundo. Ella no sabía que ese objeto blanco que cojo con frecuencia se llama cafetera. Ya lo sabe. No podrá olvidarlo nunca. Ella piensa: mi humana no puede vivir sin ese objeto blanco. Cada media hora se para de la cama entre su alfabeto alcohólico y sujeta con sus manos eso que ella llama “cafetera”. Mi gata no sabe que mi cama es un barco blando de aguas cálidas. Mi gata no sabe que la lluvia cae, y moja y humedece. Mi gata no sabe que los bichos no se comen. Mi gata se apellida No Mercy.


Las ideas vienen de una biblioteca que está aquí entre nosotros pero en otras dimensiones. Pensé eso mientras preparaba mi almuerzo. Mientras ponía los noodles en el fuego y picaba los champiñones pensé que todas las ideas que están en los libros, que están en todas las cosas, vienen por un tubo de color blanco que atraviesa nuestro cráneo hasta llegar a alguna parte del cerebro y luego atraviesa nuestro cuerpo y se expresa. Mi cabeza es un pozo. Viajo a esa biblioteca y saco copias de miles y miles de imágenes que olvido cuando vuelvo al mundo en este cuerpo. Las olvido porque no soy atenta, porque tengo la percepción del gato, miro a todas partes y no miro ninguna. Tengo mi atención en todos los lugares y me pierdo en mi cuerpo. Pienso: voy a retener esta idea. Luego, cuando ha trascurrido el tiempo pienso: ¿Cuál era la idea que iba a retener? Y mi alfabeto dormido no logra juntar las consonantes a las vocales, no logra hacer los acentos y me deja las imágenes en la mente, no logro traerlas al mundo. No puedo hacerlas nacer, me desmallo en el parto. Miro a Febe jugar. Anoche soñé que hablaba. Me dijo un poco paranoica, que había venido conmigo para cuidarme de los personajes que rondan mi casa. Ella habla con ellos, ella juega con ellos porque puede percibirlos más arriba en las dimensiones sutiles. Yo la observo desde mi barco blando, los mira atenta y brinca y juega y aprende las lecciones. Yo no tengo más que aprender sus movimientos e ir por mi café. Supe hace tiempo que todos hablan al mismo tiempo y que estamos llenos de tubos invisibles. Supe también que para hablar con las dimensiones sutiles y no perderte en el Océano de pensamiento preeminente, debes esperar en silencio que cada entidad hable una a una. No son fantasmas, son personajes que quieren venir del imaginario potenciario. Debo convertirme en la emperatriz de mi casa de papel. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Un pedazo de día

Día #19 A un día de nimiedades. Música después del ocaso

Mi gato no se llama Azucena. Una Carta para Vane.