Día #2 A esa casa le pasará lo que Van Gogh. Revolcando la casa de papel.
Para
establecer la rutina. Veinte días de Nimiedades.
El arte está lleno de
objetos curiosos, de anécdotas curiosas, de elementos bizarros. Hace mucho
tiempo escribía algo sobre encontrar la gran idea que podría estar en el
cotidiano o en los sueños: Atrápala en la vigilia, está a la vuelta de la
esquina como el amor, o en un mensaje oculto en una película vieja. Lee. Lee
mucho. Porque de repente te encuentras con una idea que se le escapó a un
escritor porque se fue tras otra, porque las ideas son como vehículos, como
autopistas y una vez te subes como autonauta
en la cosmopista, dirías tú, no te
baja nadie. Entonces digamos que soy un autonauta. No digamos más. Y sigamos
tras la idea que no aparece. Esperemos que en veinte días de organizar papeles
y carpetas del ordenador, algo suceda y que no tenga que echar veinte años a la
basura. Digamos que de repente, he encontrado una idea como encontraron la
pintura aquella como tapa de gallinero. Los girasoles de Van Gogh, ¿pueden
creerlo? Una de las 25 pinturas más caras del mundo. Claro que “Girasoles” rima
con gallinero, aunque la idea sea fantástica y acorde a la forma… por lo que en francés suena más bonito, Les Tournesols, que también puede ser un cliché. Esa idea me rondaba la cabeza mientras culminaba el
día de limpieza mental, el segundo día de la reestructuración. Esa carpeta
donde hay libros, ensayos, poemas, cartas a los buenos amigos, al desamor, a la
inquebrantable voluntad de amar, en fin, se hizo llamar hace mucho tiempo La
casa de papel y es un proyecto de vida. Así que “La idea” quizá rondará algún
lugar de esa casa como Tapa de gallinero y pudiera recuperarla como el tesoro
escondido, el perla negra, el corazón de David Jones. De repente me pase lo de
Van Gogh que ni siquiera sabía que iba a ser Van Gogh. No quiero pensar en eso.
A lo que me refiero con Van Gogh es que yo no atesoro las ideas a propósito,
sino que no les doy un justo valor, será por miedo, será por estupidez, será
por el estúpido miedo. Y es que puedo pesar que el arte no se vende, pero
también pienso que eso que escribo no se acerca ni en la menor medida a esa palabra
grande que empieza en ar y termina en te. Tampoco es eso que publico en este
blog, barco de catarsis, porque al menos la catarsis me vale un pan de cien si
se lee por ser catarsis, aunque debiera respetar al lector (si es que hay lectores, si bien sé que tengo una muy aguda). Todos lo hacen en la cosmopista destartalada triple
doble u. Aquello que tiene medida, me aterra que sea leído, por el simple hecho
de tener medida. Es como quien dice, eso que escribo, son pinturas que vendo a
un benefactor gordo y rojo y que él vuelve a pintarlas de blanco para vender el
marco. Yo soy el benefactor gordo y rojo. Ella me dijo que habían escritores
que no podían parar de escribir. Yo he pensado que yo tampoco puedo dejar de
escribir, escribo todo el tiempo, tengo cuadernos llenos de cosas, al parecer
letras, tratan de ser frases… quieren ser ideas. Busco Les Tournesols, los girasoles, que sirven de sillas, mesas, tapas
de gallinero o porta ollas en esta casa de papel. Quizá le pase a esa casa lo
que Van Gogh… que todo ese montón de letras que quieren ser frases que quieren
ser ideas, que quieren decir y dicen, encuentren algún día el contexto, el
pretexto y las condiciones. Que sepa yo diagnosticar lo que en menor medida
puede ser arte (y que sirva aquí mi carrera) y que ese contexto llegue donde
eso que en dos medidas nombré como arte, en verdad lo sea. Espero estar viva
para ver que el hombre gordo y rojo ha muerto. Para hallar por fin Les Tournesols de mis letras.
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